¿QUE ES EN REALIDAD EL “ALZHEIMER”?
Lo que se conoce como “alzheimer” es un proceso depresivo especial profundamente individual y que se da con más frecuencia a mayor edad, y que se inicia por lo general a propósito de una o más pérdidas personales muy penosas que la persona no supo o no pudo afrontar. Termina entonces fijando la atención en una idea paralizante relacionada con sentirse de más, con su propio fin, lo que produce el bloqueo de su sistema de reconocimientos sensoriales y de esta manera va alterando el funcionamiento de dañando su cerebro, sin saberlo, sin ser consciente de ello. La persona comienza entonces a mostrar comportamientos novedosos que van afectando su bienestar y su calidad de vida, como fallas en los reconocimientos sensoriales, olvidos de actos recientes, ensimismamiento marcado y resistente, desinterés, apatía, desmotivación, falta de reactividad. No es súbito sino progresivo, y al principio muestra oscilaciones: entra y sale de ese oscuro túnel en que se ha metido.
En el adulto mayor o muy mayor esto se entremezcla con comportamientos propios del envejecimiento, que son bien diferentes, pero que produce una muy frecuente confusión entre los profesionales y los familiares. Los comportamientos anómalos más genuinos del proceso alzheimer se presentan en adultos jóvenes, digamos de 40 a 60 años aproximadamente.
La persona entra entonces en un encapsulamiento cada vez más notable que conduce a su progresivo aislamiento familiar y social. A la larga se afectan las actividades cerebrales por vía del bloqueo sensorial. Es necesario tener en cuenta que el mecanismo de bloquear la recepción de estímulos sensoriales por concentrar la atención en algo muy intenso es totalmente normal y lo usamos en todo momento, pero mientras nosotros no podemos sostener la atención sólo en una idea mucho tiempo, por vía del mecanismo repetitivo depresivo estas personas perduran en esa fijación paralizante. Alzheimer no es un problema de memoria sino de la atención. El carácter individual de este proceso es tan marcado que en realidad no hay dos casos iguales, ni en su instalación ni en su evolución.
El proceso que se inicia cuando la persona primero en forma titubeante pero al final decididamente desea morirse, es claramente distinguible de una depresión común o un estado melancólico, del mostrarse triste y reconcentrado por una muerte o desgracia, y ni qué hablar del envejecimiento normal, cuyas pautas pueden verse también en esta página. Es un proceso único e inconfundible, aunque muchas veces se encuentre asociado fuertemente a enfermedades crónicas de pronóstico fatal, incapacitaciones graves o importantes psicopatías irresueltas o conflictos personales o familiares altamente destructivos perdurables y sin posibilidad de solución.
A partir de la lógica de la causa que desencadena el proceso, la recuperación se logra por asistencia al afrontamiento que no pudo realizar, la elevación de la autoestima y de la atención plural, la estimulación de todo aquello satisfactorio que tiene la persona cargado en su cerebro y culmina con su inserción en una nueva cotidianeidad enaltecedora, mediante el uso de acciones protocolizadas que venimos aplicando desde mediados del año 2006. Todo lo cual está fundamentado lógicamente y derivado de la teoría psicosocial del alzheimer, ya dada a conocer a nivel nacional e internacional y publicada en revistas científicas especializadas, y cuya síntesis puede encontrarla en esta misma página.
Es un proceso conocido desde los más remotos tiempos, existiendo referencias en el Talmud, la Biblia , el Corán, en los escritos del budismo y en todas las religiones tradicionales conocidas. No se trata entonces de un fenómeno nuevo, sino que al ser más frecuente en los adultos mayores y haberse extendido la esperanza de vida y con ello la proporción de ellos en la población general, se ha producido el espejismo de la novedad. Pero no hay tal cosa: muchos personajes famosos de la historia de la humanidad entraron en dicho proceso: Sócrates, Ravel, Somerset Maugham, Rita Hayworth, etc. Lo han referido o presentado en sus personajes novelísticos tanto Cervantes, como Shakespeare, Mann, Kafka y muchos otros. En todas las lenguas y en todas las culturas el saber popular lo ha acuñado sin titubeos como que “se entregó”, “bajó los brazos”, “se ha rendido”, “ha dicho basta”, y otras acepciones. Ya en la primera edición del Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua del año 1713 figura el entregar(se) (sic) como una decisión de morirse. Pero en muchos diccionarios tradicionales de las demás lenguas se presenta lo mismo, sin demasiadas explicaciones, como algo bien sabido.
Durante centenares o quizás miles de años se consideraba como el fin natural de muchas vidas, como propio de la naturaleza humana, y esto puede ser la razón de porqué faltan referencias en el pasado. Pero la extensión de los años de vida en las últimas décadas produjo el hecho sorprendente de millones de personas que podían llegar perfectamente bien hasta alrededor de los 100 años sin mostrar ningún signo de demencia. Y por supuesto rápidamente se consideró a ello como lo normal y esperable, y aquello como lo contrario, es decir, una enfermedad maligna, que aceleraba el fin. Y por eso se consideró cuestión de médicos. Y a partir de aquí y de anunciarse como una enfermedad a pesar de desconocerse la causa, se fueron exponiendo diversas conjeturas e hipótesis sin soporte experimental que una tras otra fueron cayendo en el vacío: que la arteriosclerosis, que tóxicos ambientales o alimenticios, que uno u otro gen. Es que la causa está en la profunda intimidad de cada ser, como un último secreto de difícil, pero no imposible, acceso.
Madrid, abril 2005
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