Papá: te echo de menos. Creo que nunca te
he dicho estas palabras, aunque cuando vivía
lejos de ti te añoraba demasiado; y ahora
que te tengo cerca es cuando más noto tu ausencia
porque cada día que pasa tú te vas adentrando
en un túnel en el que no hay cabida para
mí, un túnel en el que has sido obligado a entrar
aún sin saber el motivo.
Papá, incluso antes de que supiéramos que tenías
Alzheimer, los cambios en ti eran evidentes y
constantes. Luego, cuando se confirmó tu enfermedad,
quise saber todo sobre ella, tal vez así
podría ayudarte, pero sobre todo, quizá, con esa
información podría comprenderte. Y en estos dos
años y medio, desde aquel día en que se confirmó
el terrible diagnóstico, siento que entiendo la
mayoría de las cosas que en ti cambian, tu comportamiento,
pero también siento tu angustia ante
esta situación, y eso acrecienta mi dolor.
Yo sé que tú te das cuenta de todo o casi todo lo
que está pasando, sé que eres consciente de que
cada día vas muriendo demasiado rápido, sé que
sufres cuando ves que esta enfermedad te lo está
robando todo: tu educación, tus conocimientos,
tus recuerdos, tus anhelos, tus sentimientos...
Una enfermedad que a mí me está arrebatando a
la persona que más he querido siempre, a pesar
de que intento aferrarte fuertemente a mí para
que no te vayas, pero no puedes quedarte, ¿verdad?
Quizá ya sabes que esas pérdidas de memoria no
eran pasajeras. Seguro que te has dado cuenta
de que todo aquello que sabías y que hoy ya no
puedes poner en pie, no es algo que recuperarías
a base de medicación. Perdona por haberte
mentido en esto, no tenía otra opción.
Es duro verte así, menos útil, despistado, desorientado,
apático... Es duro ver cómo algunas veces
te esfuerzas por disimular tus fallos. Y a mí se
me parte el corazón cuando veo tus intentos por
volver a ser aquel que eras, sin conseguirlo. Yo sé,
papá, que tú también te das cuenta de todo eso.
¡Qué difícil es tratarte como a un niño para poder
conseguir, a veces, que entiendas cosas sencillas,
o incluso regañarte cuando tienes alguna rabieta
producida por esa inseguridad que ahora es tu fiel
compañera! ¡Qué difícil para mi ver cómo ese
adulto que me sirvió de valuarte, hace algún tiempo
que ya no vive en ti. Y mientras tanto, me pierde
la impotencia por no poder traerte de regreso
al «hogar», ese hogar que lo compuso tu mundo
lleno de vivencias, de tanto camino recorrido y,
sobre todo, un mundo lleno de la dignidad que te
proporcionaba el saberte persona.
Perdona por no poder hacer más por ti, por no
poder impedir que te alejes a cada minuto que
pasa. Pero sobre todo, papá, quiero que sepas
que no voy a dejarte solo. Seguiré contigo hasta
el final, para que al menos pueda devolverte el cariño
que tú siempre me diste a mi. Te quiero mucho.
Al menos, mi amor no te lo robará esa enfermedad.
■ALICIA RUIZ
Almendralejo (Badajoz)
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