Capítulo Aragua

sábado, 26 de junio de 2010

Testimonio de Cuidadores VI !!!!

CASO DE JORGE: Cuidador de su mujer

Lee atentamente el testimonio
Mi mujer sufrió los principios de la enfermedad a los 51 años; yo tenía 54. Estábamos en plena actividad profesional con una hija de 16 años. Mi esposa ocupaba un cargo a nivel de dirección en una empresa de la ciudad vecina. Era responsable de personal y de la organización del trabajo. Adoraba su actividad profesional a la que se consagraba plenamente. Los principios de esta enfermedad fueron insidiosos. Olvidos, errores, gestos de torpeza, pequeños cambios en el comportamiento y muchas confusiones. Nos decíamos: "Está cansada", "Su trabajo la absorbe; es una pequeña depresión". El médico le aconsejó reposo, pero durante las semanas siguientes, nada cambió; al contrario, los hechos se agravaron y molestaban, la angustia aumentaba. Un día a la vuelta del trabajo, mi esposa no se acordaba de lo que había hecho con su coche; me llamó por un "accidente", según creía. Después de dos horas de búsqueda, encontré su coche abandonado cerca de un arbolito a la salida de la autopista, pero ella no recordaba nada. Consultamos al médico neurólogo que nos recibió muy mal y cuyo informe oficial hablaba de ansiedad ... un pequeño calmante y a volver a los 6 meses Mi mujer estaba aún más desconcertada que antes de esa visita. Empezó a pensar que tenía un tumor o un cáncer. Su vida profesional comenzó a sufrir las consecuencias; hablaba poco, a veces buscando las palabras y tenía dificultad a la hora de escribir. Consultamos a otro neurólogo, esta vez mucho más humano y más "investigador". Le indiqué todas mis observaciones sobre el comportamiento de mi mujer y, a raíz de esa consulta satisfactoria y de diversos exámenes técnicos, entre ellos un RMN, tuve la confirmación de mis temores: es, de hecho, una forma de Alzheimer.

Bajo consejo del neurólogo, mi esposa tuvo que hacer reposo, interrumpir el trabajo y quedarse en casa. Era una verdadera prueba, ya que se daba bien cuenta de la ruptura de su vida laboral. Cuando recibimos los resultados de los exámenes, quiso conocer la naturaleza de su mal. Yo no se lo oculté; le dije la verdad. Me respondió que lo había pensado, ya que seguía una serie de emisiones televisivas sobre la enfermedad de Alzheimer y había notado muchos puntos en común. Yo la escuchaba. La charla fue juiciosa, pero triste, y le prometí que podría contar conmigo. No me arrepiento de haberle dicho la verdad sobre la enfermedad. El enfermo se siente devaluado, tiene miedo al abandono (el trabajo, los demás) y para que se sienta más seguro, es necesario darle la ayuda necesaria y respetarle en su estado actual.

Permanecer obligatoriamente en casa (para una persona que ha trabajado siempre fuera) resultaba cada vez más difícil a medida que la enfermedad evolucionaba de mes en mes, caídas más frecuentes, olvidos, errores, dificultades para expresarse. En las conversaciones, estaba a veces atenta, otras veces ausente o indiferente al tema tratado. Inevitablemente, la enfermedad creó una tensión en la familia y con nuestra hija. Sin embargo, debo reconocer que, para sus 19 años, hacia a menudo un gran esfuerzo de escucha y apoyo, seguramente doloroso para ella, ya que se preocupaba por su madre y por ella misma y, cada vez que tenía la ocasión, la tranquilizaba. En esta época, yo estaba profundamente traumatizado por lo que me había tocado vivir, pero me daba cuenta que había que evolucionar con la enfermedad, consciente que es irreversible y que puede ser larga.

Al cabo de 8 meses de presencia en la casa, la situación se volvió insostenible y mi esposa comentó la posibilidad de irse de casa, y es así que, después de mucho reflexionar y por consejo médico, pensamos en un centro de respiro durante 3 semanas con posibles prolongaciones. Su adaptación fue buena, debido en parte a un buen conocimiento de este centro visitado varias veces a lo largo de su vida profesional; ciertos miembros del personal y de los cuidadores le eran familiares. Se paseaba regularmente y a menudo acompañada, dirigiéndose hacia los otros enfermos en busca de compañía y se quedaba poco en su habitación. Mi hija y yo la visitábamos varias veces a la semana y se mostraba contenta de las visitas demostrando mucho valor.

Después de 15 meses en este centro, su estado empeoró progresivamente; se volvió dependiente a la hora de comer, para su aseo y para vestirse. Tuve que dirigirme a una Residencia que respondería mejor ante el estado de mi mujer. En dos meses, visité 14 residencias y durante uno de los paseos con mi esposa, le comenté mi búsqueda y la necesidad de encontrar un buen lugar adaptado a la evolución de la enfermedad. Ella comprendió muy bien y me dio total confianza. El día que nos avisaron, no sólo estaba preparada, sino que parecía aliviada por no tener que asumir las pequeñas tareas que se habían vuelto demasiado duras para ella. Su entrada en el centro se desarrolló en las mejores condiciones gracias a la acogida y a la amabilidad del personal.

La decisión de trasladarla a una Residencia no fue nada fácil...."

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