Capítulo Aragua

sábado, 26 de junio de 2010

Testimonio de Cuidadores VII !!!!

CASO DE PILAR: Cuidadora de su madre
Lee atentamente el testimonio
“"Mi madre murió de la enfermedad de Alzheimer. Sólo tenía 63 años. Mi padre logró que estuviese en casa hasta el final. En aquellos tiempos yo no trabajaba fuera de casa y pude ayudarle tanto como me fue posible para cuidar a mi madre. Un día mi tía me llamó por teléfono. Estaba muy alterada y me dijo que sospechaba que algo raro le pasaba a mi madre; no se estaba comportando de manera normal. Mi tía lo había comentado con sus dos hijas, ambas enfermeras. Me aconsejó ponerme en contacto con un neurólogo. Llegó a ser cada vez más evidente que mi madre estaba empezando a olvidar las cosas más simples. De hecho, esto había estado ocurriendo durante mucho tiempo. "¡Cuando tomamos café juntas tu madre olvida poner la leche en la mesa, tienes que ir al frigorífico y sacarla. Cuando vamos al supermercado le lleva mucho tiempo pagar la compra y piensas: ¡Todo va demasiado rápido para ella, está envejeciendo!" ¡Pero es sólo cuando alguien te lo advierte, que te das cuenta de que las cosas van demasiado despacio, que hay otra cosa que falta en la mesa, o que con frecuencia pone su taza al lado del armario, o no sabe qué hacer con una cuchara!. Concertamos una cita con el neurólogo. Éste invitó a mi padre y a uno de los hijos a informarle sobre la historia de la enfermedad y las pruebas clínicas. A partir de este momento, yo acompañaba a mi padre cuanto pude. Dos valen más que uno en este asunto. El médico fue honesto. Al principio es complicado cumplir con las cosas que hay que hacer. Lo más difícil para mi era encontrar una manera de arreglármelas sola, y el sentimiento de soledad. Además esta enfermedad está normalmente vinculada a la vejez, y es muy difícil aceptar que tu madre, con sólo 55 años, la padece. Apreciaba mucho el esfuerzo que mi padre estaba haciendo, así como su forma de cuidar a mi madre. Se sacrificó plenamente. En aquellos momentos, cuando se me ocurría que yo no podía con la situación, pensaba en mi padre: si papá aguantaba el problema durante 24 horas al día, yo no me tenía que quejar; al menos tengo el alivio de mi propia familia, mi marido e hijos. Después de recibir el diagnóstico de la enfermedad mi padre actuó en seguida. Mis padres siempre habían añorado trasladarse a una casa más pequeña. Ese traslado había que hacerlo muy rápidamente. Vivían en una casa grande, con un gran jardín. En contra del consejo del neurólogo de no hacer el traslado a causa de las dificultades que los pacientes solían experimentar en adaptarse a un medio distinto, mi padre cambió de casa. Visto ahora en retrospectiva, podía haber sido mucho peor. Vendió su casa y se trasladaron a otra casa más pequeña; la nueva vivienda tenía una sola planta, no tenía sótano y tenía la cocina especialmente adaptada para que mi madre se encontrase más segura. Probablemente mi madre jamás se dio cuenta de que había vivido en la casa de sus sueños. Sin embargo, cuando dicen que los que sufren de Alzheimer no son capaces, después de un tiempo, de conocer sus propias casas donde han vivido durante más de 30 años, estoy contenta de que mis padres hicieran el traslado, sobre todo por mi padre. La enfermedad se desarrolló con rapidez. Al principio, iba sola en su bicicleta a la panadería, con el dinero justo en el bolsillo. Solía ayudar a fregar y a mondar las patatas. No pudo hacer nada por si sola; siempre teníamos que ayudarla a empezar una tarea, estimularla. Luego ya no hacía nada. Antes solía montar en bicicleta en medio de la calzada, o pedalear con demasiada fuerza porque temía que alguien la perseguía. No sabía calcular las distancias, por lo que se caía a veces, así que tuvimos que quitarle la bicicleta. Se enfadó mucho. Después nunca volvió a preguntar por ella. Mi madre perdió el habla con rapidez; simplemente, no encontraba las palabras. A veces mi padre se veía obligado a repetir las cosas; aún entonces, no comprendía. Cuando mis padres se trasladaron a la casa más pequeña, mi madre ya no era capaz de desempeñar ni la tarea más simple. No saber lo que hacía ni lo que pensaba era para nosotros un gran problema. Era muy triste ser testigos de su ocaso. Mi madre padecía ataques graves de agresividad, especialmente por la noche. Mi padre me confío que estaba muy asombrado de la fuerza física que tenía tales enfermos. Ya he dicho que mi madre apenas era capaz de hacer nada, pero cuando tenía esos ataques, se enfadaba muchísimo; como no podía decir nada comprensible, nosotros no sabíamos el por qué de los ataques. Una vez llegó a saltar por la parte trasera de la cama y tiró todo lo que encontró en su camino, hasta las cortinas. A veces le ocurría durante el día. Lo llamábamos "un ataque". Entonces no puedes hacer nada; sólo esperar que acabe muy pronto. Es muy difícil ayudar a esos pacientes a cambiar de idea, o distraerles. Simplemente, no puedes ni imaginar que tienen en la cabeza. En momentos así, es muy importante mantener la calma. A menudo, te encuentras sin ningún tipo de ayuda. Paso a paso, día tras día, aprendes a saber manejarlo, también desde el punto de vista de los cuidados, del papel de enfermera: cómo hay que levantarles, cómo preparar su comida, cómo lavarles en la cama. Todo el mundo pregunta por el enfermo. Pocos, sin embargo, preguntan por el que le cuida y si puede con su tarea"

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