domingo 27 de marzo de 2011
Y... ¿Por qué no me preguntan a mí?
Hay que dejar hablar a los enfermos de Alzheimer. Tenemos que escucharles, atender a lo que nos dicen. Esta, por lo menos, es una de las conclusiones de la jornada organizada por la Fundación Alzheimer España (FAE) titulada “Y… ¿Por qué no me preguntan a mí?”. Claro, con ese título, la conclusión, inherente a la premisa, no podría ser diferente.
Las personas que sufren Alzheimer tienden a negar sus síntomas, a minimizarlos, cara al exterior. Probablemente en su fuero interno se están desgarrando, temiendo lo peor. Sin embargo, en la consulta médica reprime el miedo y no reconoce los síntomas, niega lo que su mujer, su marido o sus hijos aseguran al médico y se encierra en un caparazón impermeable a lo que sucede, a lo que le está sucediendo.
Es por eso que, habitualmente, el cuidador (normalmente el cónyuge del paciente) termina yendo solo a la consulta, produciéndose una situación cuanto menos curiosa: se elude al enfermo. Se habla sobre él, claro, pero él no está. Todo para el paciente, pero sin él.
Esta no es la situación adecuada, ni mucho menos, y por eso es tan importante enseñar tanto al cuidador como al paciente a qué se van a enfrentar, ayudarles a hacerlo y apoyarles en lo que necesitan. Desgraciadamente, la saturación de la sanidad pública impide en muchos casos que se atienda correctamente a cualquier enfermo en general, y a las personas que padecen alzhéimer en particular.
Sabemos que no es justo, pero en una sociedad de recursos limitados tenemos que asumir que suceda. Eso sí, asumir no quiere decir no exigir y callarse la boca. Al contrario. Supone pedir (exigir) pero sabiendo las limitaciones que existen.
Para ello, para solicitar lo que se necesita, debemos (cerremos el círculo) hacer hablar a las personas que tienen Alzheimer, escucharles y ayudarles. De esta manera no curaremos la enfermedad, pero haremos la vida de los enfermos mucho más fácil.
Fuentes:
www.europapress.es
www.adn.es
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