Capítulo Aragua

miércoles, 3 de marzo de 2010

REACCIONES


Decepción, sorpresa, desconcierto... Estas son algunas de las reacciones que han generado las conclusiones de la nueva investigación entre los profesionales sanitarios y los familiares de los pacientes españoles. A pesar de la mala noticia, la mayoría de los expertos consultados por SALUD se aferra a la utilidad de estos productos por pequeña que sea.

«No van a curar la patología conductal, sería exigirles demasiado, pero que les falte eficacia a largo plazo no significa que no los podamos usar para hacer frente a una situación puntual. Esperamos disponer de mejores medicamentos pero, mientras tanto, tenemos que utilizar lo mejor que tenemos», argumenta Marcelo Berthier, coordinador del grupo de estudios de Neurología de la Conducta y Demencias de la Sociedad Española de Neurología.

María Jesús Morala, directora de comunicación de AFAL, la asociación de familiares de Madrid, insiste en que las alteraciones del comportamiento son, «con mucho», la causa de la mayor sobrecarga sobre el cuidador. «Provoca cuadros de angustia, depresión y desesperación que lo convierten en otro enfermo», dice. Y recuerda que «no se puede calmar con caricias a una persona con alucinaciones».

De ello da fe el madrileño Pedro San Segundo, de 72 años. Su mujer, Juana, empezó a agredirle, primero verbalmente y, luego, físicamente. «Probamos con el haloperidol, pero se quedaba como drogada. Tras mucho insistir, conseguí que le dieran risperidona. La veo mejor, aunque sigue teniendo alteraciones de conducta y presenta rigidez en los movimientos, me dicen que debido a la medicación».

Berthier corrobora que no existen alternativas no farmacológicas para modificar una alucinación auditiva o visual. «Se puede intentar calmar la agitación sacando al enfermo de paseo, evitar ciertos delirios modificando el entorno, como quitando espejos cuando el paciente no se reconoce y cree que hay un intruso en su casa, acudir a centros de día para relajarle o que haga gimnasia, pero qué hacemos si se vuelve autoagresivo, si emite gritos insostenibles o no para de llorar», se pregunta.

«Buscamos un alivio para el paciente y su familia», tercia Luis Agüera, responsable del programa de Psicogeriatría del Hospital 12 de octubre de Madrid. «Estos trastornos son de enorme gravedad y generan una demanda extraordinaria. Algo tenemos que hacer», insiste.

Claudia, de 65 años, dice que no ve futuro. Tuvo que ingresar temporalmente a su marido enfermo de Alzheimer debido a su agresividad. «Me vengo abajo con los desprecios tan grandes que me hace. Me empuja, me dice palabrotas, no me deja ver a nadie. ¿Qué va a ser de mi?».

José Manuel Martínez Lage, profesor honorario de Neurología de la Universidad de Navarra, hace una lectura más positiva del CATIE-AD. «La eficacia de esta medicación sale robustecida aunque sea en un grupo limitado de enfermos. Lo que dice es que no debemos darlos a todo el mundo, son medicamentos difíciles de usar y quizá deberían estar en manos expertas».

Una idea con la que coincide el geriatra Pedro Gil, jefe de la Unidad de Memoria del Hospital Clínico de Madrid. «El estudio no nos debe llevar al pesimismo, sino a la reflexión. Son fármacos de complejo manejo, no 'gelocatiles'. Hay que usarlos con raciocinio, empezando con dosis muy pequeñas y seleccionado muy bien a los candidatos. Con una supervisión frecuente y estando alerta ante cualquier problema, no se puede decir que no sean eficaces».

José Luis Molinuevo, director de la Unidad de Memoria y Alzheimer del Hospital Clínic de Barcelona, expresa dudas ante la metodología empleada en la polémica investigación. «La mala tolerancia que tienen estos fármacos depende de cómo inicies el tratamiento. En este estudio no se ha podido ajustar bien las dosis porque los médicos no podían saber cuál estaban utilizando en concreto». Y menciona su positiva experiencia con la quetiapina en estos enfermos. «Probablemente no haya que generalizar su uso, pero si eres cauto no hay problemas», sostiene.

En lo que también coinciden unos y otros es en su temor a que la investigación sea utilizada como argumento por algunos gobiernos, como el español, para desaconsejar su uso y favorecer que la prescripción se incline hacia los antipsicóticos baratos, como está ocurriendo en atención primaria. «El Alzheimer es una enfermedad con estigma que hace que se le retiren los recursos a la mínima. Si esto ocurre, tendrán enfrente a los clínicos y a las familias», advierte Agüera.

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