Capítulo Aragua

domingo, 8 de julio de 2012

El Alzheimer te obliga a recolocar los sentimientos como si fueran un puzzle

El Alzheimer te obliga a recolocar los sentimientos como si fueran un puzzle

Más de 50 años de feliz vida en común no han podido contra la Enfermedad y, con un sentido práctico de la vida, mi padre ha aplicado lo de "a rey muerto, rey puesto".
DOLOROSA SORPRESA
Ana Romaz / Actualizado 6 julio 2012
Desde que mis padres fueron diagnosticados de Alzheimer, con sólo seis meses de diferencia entre uno y otro, la vida de nuestra familia ha pasado por un auténtico carrusel emocional…lo más normal del mundo cuando se está viviendo un proceso de este tipo.

Hemos tenido momentos de tristeza, de rabia por lo que ocurría, de impotencia por lo que no podíamos evitar e, incluso, de euforia cuando hemos visto una ligera mejoría –siempre poco duradera-.

Hemos pasado por etapas de silencio, en las que cada miembro de nuestra familia ha tratado de asumir el problema en solitario, y hemos tenido momentos de catarsis hablando de cómo nos sentíamos o estábamos aceptando lo que ocurre.

Afortunadamente siempre hemos compartido el sentimiento de que era algo que nos afectaba a todos y con lo que todos estamos comprometidos. No hemos tenido que añadir al dolor por nuestros padres el de separarnos o alejarnos los hermanos.

Así que, mirándolo objetivamente, el balance de los años transcurridos es bastante esperanzador. Todos hemos aprendido a lidiar con los numerosos imprevistos, los sobresaltos y las sorpresas. Somos mucho más pacientes y tolerantes, -no sólo con Papá y Mamá -, ante la lentitud, la torpeza o la dificultad de realizar cosas cotidianas. Hemos valorado la frágil belleza del tiempo que hemos compartido y compartimos aún con ellos.

Nos hemos dado cuenta de que ser una familia es algo mucho más trascendental que compartir unos apellidos y unos recuerdos: somos familia porque ante las dificultades nos unimos, formamos una piña y aparcamos los “yo” para utilizar un “nosotros”.

Como hacían las legiones romanas cuando se enfrentaban con el enemigo: cerraban filas, levantaban los escudos en un acto de protección mutua y aguantaban estoicamente los embates…eso hacemos nosotros ante este enemigo invisible pero mortal que se llama Síndrome de Alzheimer.

Desde el amor y la gratitud por lo mucho que recibimos de ellos hemos batallado cada día para darles la mejor atención a nuestro alcance, lo mejor de nuestro tiempo, la calidad de vida que deberían de tener todos los ancianos del mundo…si el mundo fuera un lugar justo.
Recolocando sentimientosPero ahora, que sólo nos queda mi padre, tenemos que volver a recolocar unos cuantos sentimientos encontrados. Desde que falleció Mamá hemos visto día a día, prácticamente desde la primera semana, como la traidora memoria le ha hecho olvidar. No ha olvidado únicamente su fallecimiento, – lo que sería incluso positivo por el dolor que se ha ahorrado-, parece que la ha olvidado a ella. Más de 50 años de feliz vida en común no han podido contra la Enfermedad de Alzheimer (EA) y, con un sentido muy práctico de la vida, mi padre ha aplicado aquello de…”a rey muerto, rey puesto”.

Es imposible explicar como te sientes el primer día que al visitarle lo encuentras cogido de la mano de una señora. La conocíamos porque es residente del mismo centro, y en alguna ocasión la habíamos invitado a un café, durante una visita a mis padres. Es una persona agradable. Y está pendiente de él: de las pastillas, de los paseos…pero cuando Papá se empeña en que venga a comer con nosotros algo se quiebra por dentro. Nos decimos unos a otros que es una forma de sentirse menos solo, que se acompañan mutuamente. Buscamos como aceptar esta situación porque…¿qué le vamos a explicar a él?.

En su mente ya no está mi madre, él ha sustituido su recuerdo por la presencia de su amiga. ¿Cómo decirle que nos rompe el corazón verle de la mano con una extraña?.

Otra vez tenemos que aprender sobre la marcha a sobrellevar los efectos demoledores de su enfermedad. Y a colocar en su sitio las piezas del puzzle en que se convierten, con demasiada frecuencia, nuestros sentimientos.

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