Capítulo Aragua

lunes, 7 de mayo de 2012

Los biomarcadores, base para lograr la detección precoz del Alzheimer

Los biomarcadores, base para lograr la detección precoz del Alzheimer

mayo 4, 2012
 

Aunque esta enfermedad tiene una importante carga genética se puede modular con el estilo de vida

Los avances en química, radiología y biología de sistemas están aportando marcadores útiles para avanzar en la detección precoz y el tratamiento de una enfermedad que afecta a casi 40 millones de personas en el mundo, de las cuales 28 millones están sin diagnosticar. Los biomarcadores se constituyen en piezas clave para la investigación de la enfermedad. Uno de los grandes retos será poder determinar qué personas con deterioro cognitivo leve acabarán desarrollando Alzheimer u otras demencias. Actualmente los procedimientos de predicción más fiables son las técnicas de imagen, que permiten documentar la acumulación de beta amiloide, tau y tau fosforilada en líquido cefalorraquídico.
Empezar a perder memoria no significa ineludiblemente que exista Alzheimer. Nuestro cerebro, como el resto del organismo, sufre un proceso de envejecimiento. De la misma forma que una persona que corre maratones no tendrá la misma marca a los 20 años que a los 70, existen ciertos cambios asociados al envejecimiento que forman parte del paso del tiempo. Sin embargo, cuando estas pérdidas de memoria dejan de ser anecdóticas y se convierten en olvidos de hechos significativos, puede ser un signo de alarma de Alzheimer. En España hay unas 600.000 personas con esta demencia, la enfermedad neurodegenerativa más común. A partir de los 65 años, su incidencia se duplica cada cinco años hasta llegar a afectar a más del 40% en personas de más de 85 años. En los países desarrollados, cada vez más envejecidos, se prevé que esta cifra vaya en aumento.
Existen muchos factores implicados en el desarrollo de la enfermedad. La genética tiene un peso importante, especialmente en los casos familiares (1% del total), en que tener la mutación se asocia al desarrollo de la enfermedad en algún momento. Sin embargo, la forma común de Alzheimer sigue un esquema de enfermedad compleja. En función del estilo de vida, especialmente entre los 40 y 60 años, se puede modular la aparición de la enfermedad. “Una persona sana, que ha vigilado la alimentación y la tensión arterial, y ha mantenido un ejercicio intelectual y físico continuado tiene menos riesgo de desarrollar la enfermedad”, explica Alberto Lleó, jefe clínico de la unidad de memoria del Servicio de Neurología del Hospital de Sant Pau de Barcelona. El nivel educativo, por ejemplo, está relacionado con el riesgo de desarrollar Alzheimer. Diferentes estudios han demostrado que, por ejemplo, saber idiomas o llevar una vida intelectualmente activa ejerce cierta protección ante las demencias. Esto se explica porque al ejercitar la mente vamos creando una reserva cognitiva y de sinapsis (las regiones por donde se comunican las neuronas) que, en caso de desarrollar la enfermedad, nos ayuda a afrontarla mejor. Para explicarlo de una forma sencilla podemos imaginar que nuestras neuronas representan semillas. Cuando nacemos, nuestro cerebro, como si de una cesta de la compra se tratara, viene con un determinado número de neuronas, de semillas. A lo largo de nuestra vida vamos haciendo crecer las raíces de esas semillas cada vez que leemos un libro, ejercitamos nuestra memoria, tocamos un instrumento o aprendemos un idioma, entre otras muchísimas cosas. Pero a medida que envejecemos, también vamos perdiendo algunas de estas raíces, ya sea para sobrevivir o por actividades que nos hacen derrochar una gran cantidad de nuestra reserva, como puede ser el consumo de drogas o un infarto cerebral. Por eso, cuanto más grande sea nuestra reserva de partida, más protegidos estaremos. O lo que es lo mismo, más tarde aparecerán los síntomas de Alzheimer.
En el 85% de los casos la pérdida de memoria es el síntoma inicial, pero en una minoría de pacientes inicialmente aparecen otras señales, como alteraciones en el lenguaje que se manifiestan con la dificultad de encontrar las palabras adecuadas para expresarse. Una forma más rara pero posible de manifestarse son los problemas visuales, como no calcular correctamente las distancias o no distinguir las formas de los objetos. “En fases muy iniciales es difícil determinar cuándo es Alzheimer o cuando son síntomas habituales de la vejez si no se realizan las pruebas adecuadas. Dado que las quejas de memoria son frecuentes a partir de una determinada edad, no hay un síntoma que pueda determinar la presencia de la enfermedad, las diferencias a veces son sutiles y hay que estudiarlas”, aclara Lleó.
Existen diferentes formas de Alzheimer. Una de ellas, que afecta al 1% del total de casos, es totalmente genética. Si los progenitores tienen la enfermedad, los hijos que hereden la mutación acabarán desarrollándola. “Es de los pocos casos en que sabemos cómo evoluciona la enfermedad, y está sirviendo de modelo para desarrollar tratamientos preventivos para retrasar su aparición”. Son los únicos casos que sabemos desarrollarán Alzheimer a una determinada edad, por lo que son la población ideal para hacer estudios preventivos. En el resto, lamenta Lleó, “el problema es que no se puede prever cuando aparecerá la enfermedad, es muy difícil hacer prevención en la población totalmente sana, sin ningún tipo de signo”. Sin embargo, ya se están planeando estudios preventivos en personas sanas que no tienen pérdida de memoria pero en los que existe algún signo biológico que indica que la enfermedad se está incubando. “Empezar a tratar el Alzheimer cuando los síntomas son muy leves es clave porque se ha visto que es una enfermedad muy larga, puede durar entre 20 y 30 años desde que empieza a afectar al cerebro del paciente hasta que se muere, y al menos la primera década es totalmente asintomática”, añade. En general, una persona cuyos padres, basta uno de los dos, hayan tenido Alzheimer, tiene dos veces más riesgo de desarrollar la enfermedad que una persona sin antecedentes. Pero, insiste este experto, “los factores ambientales acelerarán o ralentizarán el proceso. Nacemos con una carga genética, pero esta se modula a lo largo de nuestras vidas”.

Detección precoz gracias a la genética

El diagnóstico temprano es una pieza clave en el puzle del Alzheimer. Detectar la enfermedad cuando los síntomas todavía no son evidentes puede ayudar a mantener la funcionalidad del paciente durante años. En este sentido, las pruebas genéticas han supuesto un gran avance en el camino de detectar el Alzheimer en las primeras fases.
Esta enfermedad provoca un cambio en la expresión de determinados genes que produce un patrón determinado de ARNm detectable en sangre. Se trata del ácido ribonucleico que contiene la información genética procedente del ADN que determina el orden en que se unirán los aminoácidos. Esta característica genética no varía durante el desarrollo de la enfermedad, por eso es posible poder detectarla incluso en las primeras fases.
A través de una muestra de sangre se localiza el patrón de expresión de 96 genes relacionados con Alzheimer. En un laboratorio se amplifica el material genético, se analiza y en unos días se remite el informe final al especialista médico. Se obtiene un informe diagnóstico que puede ser positivo, es decir, compatible con el patrón Alzheimer, o negativo. Este es el resultado de nuevas investigaciones que se complementarán en los próximos años hasta obtener diagnósticos predictivos cada vez más completos.

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