Mi testimonio creo que es como el de cualquier cuidador de un enfermo de Alzheimer. Pero quiero hacer hincapié en que no quiero basarlo en la tristeza. Es una enfermedad dura, cruel, triste, en la que pasas por fases de rabia, no aceptación, impotencia, lloras mucho, yo al menos he llorado muchísimo. Pero estoy convencida, porque lo he vivido, de que hay un gran rayo de esperanza. Cuando diagnosticaron depresión a mi madre (bueno, aún no he dicho que yo era cuidadora, junto con mi hermano, mi cuñada, mi marido y mis hijos de mi madre) acababa de morir mi padre y su comportamiento aún parecía bastante “normal”. Pero después se rompió una cadera y, a partir de ahí, todo era horrible. Quienes la atendíamos –que, en principio éramos sólo mi familia- la llevamos al neurólogo. Le diagnosticaron posible “enfermedad de Alzheimer”. Pese a que me pareció que era lo peor que me podían decir; yo no era consciente de lo que significaba esa enfermedad. A los dos meses me di cuenta de que yo no podía hacerme cargo sola de la situación y hablé con mi hermano. Decidimos cuidarla entre todos, turnándonos. También movimos papeles y solicitamos centro de día y residencia, por si un día nos hacía falta. Empezó a ir al centro de día, pero volvió a caerse y se rompió la otra cadera. Ya no podía ponerse de pié durante al menos tres meses. Supe que tenía que hacer algo para entender su comportamiento. Un día, fui a la Fundación Alzheimer España; me informaron fenomenal. Empecé a hacer cursillos y a leer libros sobre la enfermedad. También pasé a formar parte de uno de los grupos de Respalz. Gracias a todo ello y al apoyo de mi familia, todo cambió. Pude empezar a ver a mi madre como a una enferma, a la que lo único que tenía que hacer era entenderla y descubrí que no sólo me era más fácil llevar la enfermedad, sino que la cuidaba con tanto cariño y dedicación que no me costaba ningún esfuerzo. Todo lo contrario, disfruté de mi madre como nunca lo había imaginado: la aseaba; la besaba; nos reíamos juntas; hacíamos terapia; salíamos al jardín en la silla de ruedas (ya caminaba muy poquito); la llevaba a Misa todos los días, pues era muy creyente. En definitiva, estaba todo el día con ella, ya que terminó ingresada en un hospital y estuvo dos años. Nos turnábamos mi hermano –que venía de fuera-, mis hijos y mi marido, que siempre estuvieron ahí para lo que hacía falta. Después, para descansar los fines de semana, la cuidaron Carmen, Yoli y Ros Meri, tres hermanas encantadoras que atendían de mamá como nosotros. Vuelvo a repetir que fueron los dos años más especiales y gratificantes de mi vida, porque sigo diciendo que cuidar de mi madre fue un regalo. Ella no me conocía , pero yo si sabía que era mi madre. Sólo con ver esos ojos verdes tan bonitos mirarme con esa dulzura con que lo hacía para mí era suficiente, y su risa, y su complicidad, a pesar de ir perdiendo cada vez más vocabulario hasta apenas no hablar. Bueno, que nos entendíamos perfectamente; como cuando yo la decía: “mamá te quiero un montón” y ella me contestaba “yo también”... Nos dieron plaza en una residencia preciosa y especializada en esta enfermedad, “Fundación Reina Sofía”. Pese a que a los tres días de su ingreso falleció, creo que hasta en eso tuve suerte: porque murió en un sitio precioso como ella se merecía porque aparte de una madre, abuela, bisabuela maravillosa y muy entregada era una gran mujer que solo pensó en los demás. No he dicho que mamá murió habiendo olvidado andar y hablar, comiendo con jeringa, con unas escaras bastante considerables, sin hablar y apenas habría los ojos. Cuando comía aspiraba más que tragar y, en cuanto a respirar, ya no lo hacía bien, más bien soplaba, pues se le estaba olvidando. También me gustaría decir que mi madre, estoy segura de ello, estará orgullosa de la decisión que, en su momento, tomamos mi hermano y yo de donar los tejidos del cerebro. Hace días me llamaron para confirmar que, después de la bioxia, efectivamente confirmaban que era Alzheimer lo que había padecido. Deseo que esta donación, último acto de amor de mi madre, contribuya a potenciar la investigación sobre esta enfermedad y, así , que algún día sea posible saber por qué y de dónde viene. Otra cosa que para mí fue muy importante fue buscar mi tiempo libre, leyendo, escuchando música, acudiendo a las terapias de Ricardo (bueno, de la Fundación Alzheimer España), saliendo con mi marido los fines de semana..., en resumen: cuidándome para poder dar lo mejor cuando estaba con mi madre. Ahora, si alguien lee este testimonio, entenderá por qué dije que hay un rayo de esperanza. Para mí, lo hubo. Y ahora que mamá se fue hace cinco meses, yo muchas veces todavía estoy muy triste y lloro... Pero me pesan más los ratos que pasamos juntas, el ver cómo mi hermano la cuidó como un campeón, y la paz interior que se siente cuando las cosas se hacen con amor. Procuremos no quedarnos en ese principio de la enfermedad, sino en querer, querer de verdad a nuestro familiar, porque llega el momento en que depende totalmente de nosotros... CRISTINA ROJO (cuidadora de su madre, 2008) |
Capítulo Aragua
lunes, 1 de marzo de 2010
:"Cuidar de mi madre fue un regalo".
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