Capítulo Aragua

jueves, 4 de marzo de 2010

José Alonso es el marido de María Josefa que fue diagnosticada antes de cumplir los 50 años
21.09.08 -
José habla de su mujer con verdadera devoción, mirando al horizonte y rehuyendo el contacto visual, pero habla firme como un hombre que sobrelleva con ahínco un matrimonio feliz truncado por una enfermedad. Hace unos seis años que se confirmaron sus fatales temores: su mujer tenía Alzheimer. María Josefa tiene ahora sólo 53 años y nos presentan brevemente antes de pasar a hablar con su marido en otra habitación porque ella ni siquiera sabe que tiene Alzheimer.

Nos sentamos en una mesa llena de libros con dibujos para colorear y una cartilla Rubio para sumas y restas. José Alonso relata que, hace casi quince años, cuando ambos regentaban un bar, a María Josefa se le olvidaba lo que le pedían, pequeños despistes que ya le hicieron ver que algo extraño le pasaba. Visitaron algún médico pero entonces nadie llegó a pronunciar la palabra Alzheimer hasta que visitó al doctor Huete Herrera, en Granada, donde supo por fin a que se debían los olvidos de su mujer. En pruebas posteriores en Almería, los especialistas a los que acudieron le recomendaron que no dejase de hacer ejercicios para ejercitar la memoria, que no perdiese sus hábitos.

María Josefa trabajaba en el hostal con su marido haciendo camas. Para no perder esa costumbre José la dejó durante algún tiempo que continuase haciéndolas, aunque tuvo que contratar a una mujer para que las arreglase después.

José reconoce que es muy duro ver cómo pierde la memoria y que continuamente María Josefa se vuelve a él para preguntarle «¿qué me has dicho?». Él sin embargo no desespera y, de hecho, insiste en que con estos pacientes es fundamental mantener la calma y explicar las cosas cuantas veces haga falta: «Hay que ser agradable, ser comprensivo con ella».

Pese a las evidentes pérdidas de memoria de María Josefa, ella no reconoce tener Alzheimer. Insiste en ello cuando cae en la cuenta de que su marido la lleva a la puerta de la asociación de El Ejido, donde realiza diversos talleres para ejercitar la memoria. «Ella dice que no tiene Alzheimer y yo quisiera que no lo tenga nunca», dice José mientras le tiembla la voz y antes de recalcar que por él no se enterará nunca. «Creo que para ella sería muy difícil de asimilar», mantiene, pese a que los padres de María Josefa también padecieron la enfermedad.

«Esto es indeseable para nadie», afirma José que pide a las administraciones competentes que se conciencien de la necesidad de trabajar para investigar en la enfermedad «porque queda muchísimo por hacer». Se queja de que sólo existan tratamientos de mantenimiento «pese a que el deterioro avanza cada día».

José señala que la enfermedad de su mujer ha afectado a la familia y que su hijo «muy apegado a su madre» también lo está pasando mal. De alguna forma, José trata de explicar que el Alzheimer le ha obligado a mirar a su mujer de otra forma «porque es una enfermedad que despierta un cariño enorme por el enfermo». José se vuelve, me mira por primera vez a la cara y levanta el tono de voz para explicar que «es desesperante» porque pasa un día tras otro y da la sensación de que no pasa nada, «pero algo grave ocurre dentro de ella que la deteriora y eso duele porque es la persona a la que amas, a la que quieres».

Antes de marcharme, José llama a su mujer un momento que entra comentando que no me conoce. Nos volvemos a dar dos besos y ella me regala una sonrisa antes de sentarse a la mesa. Charlamos poco rato. Primero no reconoce los libros que hay sobre la mesa y pregunta si son de los niños. Después termina reconociendo que son suyos «para hacer ejercicios para la memoria». María Josefa me recuerda que ella es diplomada en Ciencias Humanas y que, aunque nunca fue maestra de colegio, sí que dio clases particulares en Balanegra y El Ejido. «¿Anda que no he hecho yo cuentas!», dice sonriendo.

Cuando me despido le digo que sepa que su marido la quiere mucho. Ella levanta la mirada de sus libros de dibujo y su cartilla Rubio, me mira a los ojos y me dice: «Lo sé, lo sé». Eso no se le ha olvidado.

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